miércoles, 5 de diciembre de 2012

asesinatos anarquistas en la historia contemporánea española


El gran Canalejas, señores diputados, ha muerto cuando a pie y confundido entre la multitud, fijaba su atención en las últimas producciones de la inteligencia. Ha muerto como ha vivido; con sus dos amores de hombre público: entre el pueblo y dedicando a la ciencia su último pensamiento”.
Con esta retórica parlamentaria, aún decimonónica, glosaba el jefe del Gobierno interino el magnicidio del presidente Canalejas en una Puerta del Sol llena de gente, mientras contemplaba el escaparate de una librería. Hacía apenas cuatro horas del atentado cuando las Cortes escuchaban la emotiva comunicación, aunque no provocó el estupor de ningún diputado. A esas horas todo Madrid había oído contar cien veces, por el boca a boca, el asesinato de Canalejas.

Lo que había sucedido esa mañana en la Puerta del Sol era un ejemplo perfecto de propaganda por el hecho, el eufemismo con el que los anarquistas se referían a los más tremendos actos de terrorismo. Había sido el príncipe Kropotkin, el importante teórico del movimiento anarquista, quien fijara en el siglo XIX el principio “un acto puede hacer más propaganda que miles de panfletos”.
Esta idea, en manos de los hombres de acción curtidos en la lucha, de los fanáticos de gatillo fácil, de los desesperados dispuestos a morir y matar por la causa, había dado lugar a una táctica de combate terrible. Los regicidios, los magnicidios, son tan viejos como la Historia, ya están registrados en el Imperio Antiguo egipcio. Lo que siempre han perseguido estos atentados era eliminar a la cabeza del poder, para así apoderarse de él más fácilmente.
Sin embargo, con la teoría de la propaganda por el hecho, el movimiento anarquista del siglo XIX cambió el sentido de estas acciones. El terrorismo dejaba de ser un medio para convertirse en un fin en sí mismo. No importaba a quién se matara, sino que hubiese muertos que estremecieran a la sociedad, causar un impacto que anonadara al poder y provocara el estallido de la rebelión popular.
Del Corpus al 11-S.
Es una perversa teoría que llegaría a su culminación con el atentado contra las Torres Gemelas del 11-S, donde para los terroristas no importaba ninguno de sus muertos, sino el espectáculo logrado y su difusión a todo el mundo por la televisión en directo. Pero mucho antes de que Bin Laden aprovechara los hiperdesarrollados medios de comunicación de hoy, los anarquistas de finales del XIX y principios del XX se hicieron maestros en conseguir portadas en la prensa.
El 7 de noviembre de 1893, durante una representación del Guillermo Tell de Rossini en el Liceo de Barcelona, un militante anarquista lanzó desde el gallinero dos bombas Orsini sobre el patio de butacas. Causó 21 muertos indiscriminados, víctimas anónimas cuya eliminación no se sabía si favorecería o perjudicaría al movimiento libertario. No importaba, lo que se buscaba era la propaganda por el hecho.
atentado en el Liceo de Barcelona
Tres años después, también en Barcelona, ese terrorismo ciego alcanzaba su dimensión más monstruosa cuando un anarquista venido de Francia arrojó una bomba contra la procesión del Corpus, un acontecimiento popular que además estaba lleno de niños de primera comunión, y que provocó una docena de muertes. No es de extrañar que Kropotkin renegara horrorizado del monstruo que había creado su especulación teórica, y a finales del XIX condenara esa práctica de la propaganda por el hecho.
Sin embargo los activistas siguieron con su modus operandi del terrorismo, buscando aunar el magnicidio que, supuestamente, provocaría consecuencias políticas, con la propaganda por el hecho.Un momento cumbre  se produjo con el atentado al cortejo nupcial de Alfonso XIII. Los anarquistas tenían una clara vocación regicida, extendida por todo el mundo, desde Japón a Italia, pero su favorito era sin duda el rey de España. Hasta cinco atentados sufrió, aunque fracasaron todos. El día de la boda de Alfonso XIII con la princesa inglesa Ena de Battemberg, Mateo Morral, un anarquista intelectual, bibliotecario de la Escuela Moderna de Ferrer Guardia, arrojó desde un balcón una bomba envuelta en flores sobre la carroza real cuando pasaba por la Calle Mayor.
El atentado falló en su propósito de liquidar al monarca, aunque provocó la muerte de 60 personas del público, sin embargo alcanzó un hito en la propaganda por el hecho, pues el exacto momento de la explosión fue captado por la cámara de un fotógrafo aficionado, un estudiante de 17 años que se la había comprado aquel mismo día, estimulado porque el periódico ABC ofrecía pagar cinco duros por las fotos del cortejo. Cuando apretó el disparador para impresionar la última placa que le quedaba, estalló la bomba entre los caballos, y esa fotografía daría la vuelta al mundo.
Asesinato anunciado.
Seis años después y muy cerca de la Calle Mayor, el anarquismo quiso repetir la combinación depropaganda por el hecho y magnicidio. La víctima esta vez sería el presidente del Consejo de Ministros, como se designaba entonces al jefe del Gobierno, José Canalejas. Canalejas era toda una figura de la escena política española, un auténtico hombre de Estado progresista y liberal; tras algunos escarceos republicanos en su juventud había entrado en el Partido Liberal, y siempre promovió una política reformista y de mejoras sociales, como recoge un libro publicado con ocasión del centenario por Ediciones Cinca titulado, precisamente, José Canalejas. La cuestión social. Canalejas concitaba la hostilidad despiadada de la extrema derecha por su progresismo –la Iglesia le declaró guerra a muerte por su Ley del Candado–, pero a la vez eso lo convertía para el extremismo anarquista en un enemigo peor que el más reaccionario de los gobernantes, pues con su política social entibiaba los ímpetus revolucionarios del pueblo. Pero para despertarlos estaba la propaganda por el hecho.
El propagandista sería esta vez un terrorista seguido por la policía, un auténtico asesino anunciado cuyos planes se conocían. El propio Canalejas le había contado a su esposa, poco antes de su muerte, que la policía había perdido la pista de un anarquista que “tengo el convencimiento de que nos dará algún disgusto serio; se llama Pardinas”. Pese a todo Canalejas seguía con su rutina de vida sencilla, con la mínima seguridad de un solo escolta.
A las once y media de la mañana del 12 de noviembre, tras haber despachado con el rey y pasado por su casa, Canalejas se dirigió al Ministerio de Gobernación (hoy Presidencia de la Comunidad de Madrid), paseando entre el gentío de la Puerta del Sol. Se detuvo ante el escaparate de la librería San Martín “cuando se le acercó un individuo de regular estatura y bien vestido, y sacando rápidamente una pistola Browning, disparó por detrás tres tiros sobre D. José Canalejas”, según cuenta la crónica de El Heraldo de Madrid, que añade los siguientes detalles.
La Puerta del Sol estaba llena de gente, hasta el punto de que Canalejas no llegó a caer al suelo, porque lo sujetó un criado del conde de Villagonzalo. Sobre el agresor se lanzó no solo el policía de escolta, dándole bastonazos, sino un héroe transeúnte llamado Víctor Galán Freig, a los cuales disparó antes de volver la pistola contra sí y suicidarse. Un médico que pasaba por allí, el doctor Sánchez de la Ribera, acompañó al cuerpo de Canalejas hasta Gobernación, a dos pasos, y comprobó que había sido alcanzado por un solo balazo, que le atravesó la cabeza entrando por detrás de la oreja izquierda, mortal de necesidad.
Pardinas había montado una escena auténticamente dramática delante de numeroso público, aunque no tuvo la suerte de que hubiera un fotógrafo allí sacando fotos en ese momento. Sin embargo los medios de comunicación eran cada vez más eficaces, y encontraron fórmulas para estremecer al público. El diario ABC publicó una portada con una fotografía en la que se veía a Pardinas disparando sobre Canalejas con el pie de foto “Asesinato del Sr. Canalejas”, y debajo, en letra más pequeña “Reconstitución fotográfica...”. Incluso se rodó un documental, una reconstrucción cinematográfica del atentado, en la que el papel de terrorista fue interpretado por un joven actor llamado Pepe Isbert.
La propaganda por el hecho había emprendido el camino que llevaba al 11-S.

Fuente: ABC